Blurb de Ritos de pasaje de Cecilia Enjuto Rangel
Ritos de pasajede Kadiri Vaquer Fernández es una invitación al viaje, a asomarnos a la ventana de una infancia llena de precariedad, a ver la belleza de sus imágenes de la cotidianidad, del dolor y la vulnerabilidad. La presencia de su madre muerta permea en la mayoría de los poemas, con una voz que rememora ese pasado convertido en sueño, en pecera, en la taza de café negro y espeso. Los espacios poéticos nos transportan a un Puerto Rico, hecho de trazos de recuerdos, a una isla azotada por el huracán, al vaivén de la diáspora y también a una poesía que deslumbra ante un tú que a veces se viste de madre y a veces de isla, de “matria.” “Por crear ese país del recuerdo / nos fuimos del país.” La voz poética se convierte en guardiana de los recuerdos de la madre enferma, quien vive de dosis en dosis, y que huye de Puerto Rico, de sus aguacates, del recao, de la casa azul, como si huyera de sí misma. Kadiri Vaquer Fernández esculpe una poética valiente, elegante, en la que gobierna la metáfora, en la que los poemas en prosa son páginas abiertas de un diario arropado por la orfandad. Ritos de pasajees un ramillete de poemas, un homenaje íntimo a su madre, a la poesía como cura. Con este libro, Kadiri Vaquer Fernández se enraiza en la poesía contemporánea puertorriqueña.
Reseña de Cecilia Enjuto Rangel sobre Ritos de pasaje publicado en Chasqui
Vaquer Fernández, Kadiri. Ritos de pasaje. San Juan, Puerto Rico: la secta de los perros, 2019. 63 / pp. ISBN 9781-7023-8850-4
Comienzo con el “blurb” que escribí para la contraportada de Ritos de pasaje, libro
que he enseñado y leído ya múltiples veces con profunda admiración: Ritos de pasaje de Kadiri Vaquer Fernández (n. 1987) es una invitación al viaje, a asomarnos a la ventana de una infancia llena de precariedad, a ver la belleza de sus imágenes de la cotidianidad, del dolor y la vulnerabilidad. La presencia de la madre muerta permea en la mayoría de los poemas, con una voz que rememora ese pasado convertido en sueño, en pecera, en la taza de café negro y espeso. Los espacios poéticos nos transportan a un Puerto Rico, hecho de trazos de recuerdos, a una isla azotada por el huracán, al vaivén de la diáspora y también a una poesía que deslumbra ante un tú que a veces se viste de madre y a veces de isla, de “matria.” “Por crear ese país del recuerdo / nos fuimos del país” (49). La voz poética se convierte en guardiana de los recuerdos de la madre enferma, quien vive de dosis en dosis, y que huye de Puerto Rico, de sus aguacates, del recao, de la casa azul, como si huyera de sí misma. Kadiri Vaquer Fernández esculpe una poética valiente, elegante, en la que gobierna la metáfora, en la que los poemas en prosa son páginas abiertas de un diario arropado por la orfandad. Ritos de pasaje es un ramillete de poemas, un homenaje íntimo a su madre, a la poesía como cura. Con este libro, Kadiri Vaquer Fernández se enraiza en la poesía contemporánea puertorriqueña.
Me permito reseñar el libro porque este segundo poemario revela una voz poética madura y consciente que lo personal es político, y quería desarrollar con más detalle la lectura que propongo en el blurb. El primer poemario, Andamiaje (Ediciones Callejón 2013) recibió el Premio de Poesía Joven: El Farolito Azul (2012), y sitúa a Vaquer Fernández dentro de una generación de poetas puertorriqueños que están redefiniendo el panorama literario caribeño.
Como revela la autora en una entrevista colectiva que le hicimos en mi clase graduada de poesía contemporánea en el otoño del 2020, Ritos de pasaje tiene grandes tintes autobiográficos, oscilando entre la poesía y la prosa poética, el pasado y el presente, entre Puerto Rico y
Estados Unidos, y juega con dirigirse a múltiples destinatarios. El poemario se distingue por una resistencia a los títulos pues los poemas no están titulados. Sin embargo, titula su estructura tripartita: “Duermevela,” “Ritos,” y “Matria.” Los poemas vacilan en ese estado de “in between,” entre el sueño y la vigilia, evocando este desplazamiento que provoca la diáspora.
En “Duermevela” también evoca la constante preocupación de la voz poética, quien vela por
el sueño de la madre, ya que teme y presiente su muerte. El estado de duermevela de su madre sedada es un motivo recurrente, en donde con mucha sensibilidad nos dibuja la cara
vulnerable y frágil de las personas que sufren enfermedad mental.
La estructura es una forma de tratar de darle orden, al igual que su madre, trataba de darle orden a su vida a través de la medicación. La madre tenía los hábitos de sueño muy alterados,
y con frecuencia dormía durante el día, y despertaba durante la noche. El primer poema empieza con una imagen enigmática: “En el retrato / la casa era azul / Y tú residías / al otro lado de las horas...” El tiempo, el pasado, se vuelve un país, un lugar al que recurrir. Como plantea el comienzo, el poemario dibuja y desdibuja el retrato de su madre. El “tú” (en este caso la madre) parece vivir congelada en ese espacio de la representación, en el retrato de la casa azul. Esta imagen un tanto surreal, en donde la destinatario se reside “al otro lado de las horas,” se puede entender también dentro del contexto de la realidad alterada por los anti-depresivos.
La personificación de los medicamentos como soldados, la brigada que la ayuda a luchar contra sí misma en la guerra interior que provoca su depresión, describe la cotidianeidad de un paisaje emocional enfermo. Vivir en “Duermevela” ni despierta ni dormida del todo revela ese sin vivir de la madre enferma pero también la angustia de la hija.
Vaquer Fernández emplea un lenguaje onírico que a veces sugiere una conexión con un Puerto Rico dormido o en un estado de duermevela. En el segundo poema de la colección retoma el tono nostálgico “Hasta dormida.../ va por los rastros...” (14). El Puerto Rico que dejaron atrás al mudarse a Estados Unidos es el “país abandonado” pero también es el país de la memoria, del pasado, de la ternura perdida. Las fronteras entre tú y el yo a veces también se difuminan, “sonámbula te veo vagar” (15), ya que no se aclara quién es la sonámbula, en estos poemas en dónde el sueño y la realidad están constantemente entremezclados. Los poemas a veces son cómo pinturas surrealistas en donde los peces se vuelven pájaros, el “tú” se confunde con la madre, el yo, el país o inclusive un posible amante. Es recurrente encontrar una poética de la ambivalencia, donde el poema se torna como un cuadro. La voz poética se asoma a la taza para leer el espeso negro del café (30); ese intento de lectura me recuerda al blanco de las páginas en estos poemas, que Vaquer asocia con el silencio en el texto. El poemario se construye también como una búsqueda de la palabra, un reencuentro con la cura que brinda lo poético, una reconciliación con el vaivén del que vive entre dos países, entre varios espacios temporales: “Vas a la deriva /como un exiliado...” (22) El yo también se identifica con ese tú que parece estar siempre a la deriva, en el espacio liminal, entre metáforas marítimas.
En “Ritos,” la segunda sección del poemario, los poemas en prosa nos introducen a las escenas
del pasado de la infancia y su cotidianeidad. En “Duermevela” la isla se describe como un espacio de libertad, entre gallinas, aguacates y recao.
(23) En “Ritos” la isla reaparece pero desde la perspectiva de un yo que se define como sujeto de la diáspora: “Desde las orillas de los canales de televisión” el yo vigila a la isla. El tú en estos poemas (32 y 33) es un Puerto Rico asediado por el huracán María, y muestra el agobio colectivo e individual de las personas que vivimos en la diáspora ante la falta de información sobre los seres queridos que están en la isla. La televisión, las redes sociales, el periódico son las fuentes de información que calman y angustian a la vez, y la voz poética se balancea irónicamente “al borde del sosiego,” ante la incógnita de los efectos del huracán. Su crítica política a la situación colonial y los efectos nocivos en la isla se vuelve evidente: “A partir de hoy levantan el toque de queda / en este país / de rehenes del litoral / de puentes derrotados / y leyes de cabotaje” (33). Los puertorriqueños se encontraron en el otoño del 2017 prisioneros en su propia isla. Sin poder salir, sin acceso a luz, agua, alimentos, medicinas, la situación colonial y las desigualdades sociales se acrecentaron junto a la desconfianza ante los números oficiales de las víctimas. Esa angustia del sujeto de la diáspora se incrementa: “sé que todo este malestar es multiplicado por la / distancia...” (34). La isla en el poema se vuelve empequeñecida, como parte del mapa que parece borrarse con el huracán.
En “Matria,” la última sección del poemario se juntan los dos destinatarios, la feminización de la patria, la madre perdida. La ficción del país del recuerdo, y sus conexiones con su madre muerta, invade casi todos estos poemas en donde lo fantasmagórico reside cómodamente con lo soñado. La poesía la lleva a poder reconstruir esos espacios con “trazos y trizas” (49). “Matria” cuenta la historia tanto del arraigo como del desarraigo, la historia de la madre soltera, quien se fue con sus hijos a Estados Unidos, y después de 14 años decide volver a la isla. También describe los pozos del alma, el dolor ante la pérdida y la pobreza, y los objetos que acompañan esas estampas del luto, “amuletos, velas...” (51). Este hermoso poemario termina con un impactante poema en prosa ante la muerte de la madre: “Teníamos tan poco en aquel tiempo...” (59). No había dinero ni para el viaje a la isla, ni para una tumba o entierro. Las cenizas solo las pueden poner en la tumba de la abuela. Una tristeza particular invade estos versos ante la desolación, ante la madre muerta que no tiene lápida.
La primera vez que leí este poemario, se lo leí a mi madre, que moría de cáncer, también presa del Alzheimer. Mi madre, quien me enseñó a leer poesía, encontraba en mi voz aliento y a su vez
un intento de resignación. Ritos de pasaje nos conmovió profundamente, vivimos la lectura de estos poemas de forma íntima, silenciosa. Kadiri Vaquer Fernández nos permite enfrentar los trazos de los traumas encapsulados en la memoria y los sueños, el dolor de la diáspora y de la pérdida de su madre. Las cenizas, que no tienen nombre, ni tumba, ni casa, encuentran su hogar, su vida, su mejor homenaje en estos versos que huelen a azucenas.
Cecilia Enjuto Rangel, University of Oregon